Conocí a Sebastián Navas hace aproximadamente diez años. No coincidimos en
ningún bar, ni por la calle, ni nos presento nadie; en realidad yo no conocía
Sebastián Navas físicamente, sino que lo descubrí entre las manchas de colores y
los trazos expresionistas de su pintura, lo vi por primera vez en la figura quieta
que proyectaba su sombra al lado de la sombra de un ciprés, como si todos
nosotros tuviéramos algo de cipreses, de cactus gigantes, de montañas o de esos
caminos que se pierden en las misteriosas curvas del destino. Sus cuadros me
recordaban a los postes de teléfono que comunican en silencio, con una presencia
estética y prudente, los sentimientos de las personas.
Lo cierto es que me encontré a Sebastián Navas en un lugar en donde resulta
difícil coincidir. Un sitio donde no se puede quedar citado, sino que hay que
descubrirlo. Una ciudad secreta cuyo plano no viene en las guías ni en los mapas;
son escenarios vacos que cada cual va urbanizando con sus propias ideas y obsesiones.
Pero lo más curioso no fue que al contemplar sus pinturas me sintiera integrado en aquel ambiente que para mí resultaba familiar. Ni que aquella atmósfera, aquel
espacio mágico, me descifrara los signos de su lenguaje. Lo más extraño y
sorprendente, lo que sin duda influye en nuestra posterior amistad, fue que entre
ambos surgió, de inmediato, cierta correspondencia antes de conocernos. Los dos
coincidamos en aspectos tan íntimos como el silencio y la soledad. imponía el
color, creaba los volúmenes, las figuras, y yo paseaba por sus pinturas con la
comodidad con la que se mueven por las novelas los protagonistas de la ficción.
Sebastián Navas crea espacios solitarios e inquietantes donde el espectador
puede entrar y fundirse con el paisaje. Éste fue el mundo en el que nos conocimos
hace, aproximadamente, diez años.
Después nos presentaron. Y recuerdo el viaje que hicimos a Marruecos en su
coche - un utilitario que hoy debe tener casi tantos kilómetros como nosotros -,
oíamos la música de la película " Pars, Texas " mientras vamos recorriendo
los
caminos de los cuadros que Sebastián nos había pintado. l tomaba apuntes en
una libreta, dibujaba carreteras desiertas, árboles tristes y solitarios, mientras
tarareábamos la celebre Canción Mixteca, ese bello y nostálgico corrido mexicano
que comienza diciendo: "Que lejos estoy del suelo donde nací ...." .
En aquella
poca los dos huíamos . El acto creativo exige, a menudo, abandonar
aquello que nos rodea para sustituirlo por el mundo que deseamos.
La pintura de Sebastián Navas oculta una venganza, el arte, en líneas generales,
consiste en una venganza del mundo real. El arte mata al mundo para sustituirlo
por el universo que se pretende crear.
Han transcurrido diez años, los caminos que Sebastián Navas dibujaba son los
caminos tortuosos de la creación. Al cabo del tiempo los dos hemos vuelto al
punto de origen, nada diferencia al amigo de entonces con el de ahora, salvo,
quizás , la experiencia. Y la experiencia, si de algo sirve, es para ir soltando lastre,
quemar historias, dejar limpio de impurezas el pasado. En este sentido la pintura
de Sebastián también
n ha evolucionado, se ha vuelto más auténtica, más personal
todavía, ha encontrado su propio origen; es lo que yo denominaba en literatura:
una narración perfecta.
Sus paisajes apenas tienen figuras porque es el propio espectador quien debe
habitar el cuadro. Y los personajes que pinta no son m s que la proyección de
nuestras propias sombras. Los ocupantes de nuestros sueños.
Yo he habitado las casas en ruinas y he paseado por los paisajes que mi amigo
ha pintado. Reconozco esos sitios porque me resultan tan familiares como los
lugares que dos hermanos comparten en la infancia. Sebastián Navas plasma en
el lienzo esa soledad demasiado ruidosa de la que hablamos los escritores.
Ahora, a esta hora del crepúsculo, esa hora mágica en que la tierra se apaga, y
los deseos arden en el cielo, la hora que Sebastián ha elegido para inmortalizar,
me gustara permitirme una licencia, invitarles a ustedes a entrar en el mundo de
Sebastián Navas y convertirse en los habitantes de los escenarios que
él ha creado. Pasen, conozcan ese mundo, interpreten sus símbolos, exploren los
cuadros; quizás encuentren su lugar en el paisaje.
Mi amigo me ha concedido el honor de ser su anfitrión: a mí solo me resta
decirles que sean bienvenidos.
José A. Garriga Vela
Málaga, 21 de Febrero de 1997
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